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Tomás M. Hoffmann

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Internet para psicoanalistas (algunas claves)

No. Por principios. Y porque si no se establecen algunos 'no', no se puede iniciar nada. Más allá de que estemos en época marxista (grouchista) en la cual prolifera que: "estos son mis principios; y si no te gustan...tengo otros."

No quiero aquí, en una revista que circula por Internet con la pretensión de dar cita a diversos hacedores de cultura entretejidos con el psicoanálisis, destacar los efectos psicológicamente generalizables de la www.

Tampoco quiero referirme a los usos 'In treatment' del correo electrónico, chat o Skype (pronúnciese skaip y 'no' escaip -escape- como me lo hace oír con reiteración una paciente que curiosamente sabe tanto de inglés como de huidas). Menos aún denunciar la degradación de lectura proporcional al incremento de información obtenida googleando.

Algo más tentador resulta interiorizarse en ciertas adicciones, siempre al acecho en lo que cautiva. Me limito a haber escuchado que no son pocos aquellos que teniendo la posibilidad de satisfacción tan al alcance de la mano y de la mirada, a fin de sentirse un poco menos idiotas en su masturbación, terminan ocupando -a veces para su sorpresa- el papel de su partenaire fantaseado en la actividad sexual.

Pueden surgir revelaciones.

Algunas, orientadoras, me han sido proporcionadas por diversos

materiales clínicos. Me referiré a algunas viñetas que han podido desarrollarse y que despiertan deseo de saber; de inventar con pretensión de generalizar.

Un adolescente con un aplastamiento en el deseo apenitas sacudido por su analista y por circunstancias de la vida no sólo podía atribuir dicho desgano a la gran energía que le era succionada por los interminables juegos de computadora. En algún momento fue escuchado en una escueta constatación: se quedaba sin armas para afrontar lo que la vida le presentaba como escollos, en formas elementales de un examen impostergable o alguna chica que le podía interesar algo. No era sólo que sus energías eran consumidas por el ordenador, ni que éstas se utilizaban en los juegos de guerra que dominaban ampliamente su quehacer de fantasía en juego; era su propia estrategia en el escenario la que lo despojaba de las mismas de modo paradójico. Guardaba sus armas para el final; cuidaba de ellas a fin de cubrir la retaguardia de las misiones donde sus compañeros iban al frente de modo tal que nunca llegaba a poder utilizarlas para sí. Era el 'último hombre'. Cuando llegaba el final, cuando podía disponer de ellas, el juego ya había terminado. Y así en su vida. Fue vivificante el que pudiera sacudir esta posición.

Varias veces recibimos sugerencias o pedidos de que veamos tal o cual video en You Tube. Hay insistencias o énfasis particulares que se hacen escuchar más; fue el caso donde la recomendada 'Loca de mierda' tuvo su lugar. No tanto por su notable histrionismo, ni tampoco por el argumento de los problemas presentados, sino más bien por su imperioso deseo de hacer saber lo que le aquejaba. Ponerle un nombre 'propio' a un sinfín de padecimientos diversos (y también

alejados de los del personaje de Malena Pichot) implicó que luego de meses de aparecer de modo 'logorreico', éstos podían ser reducidos y abordados en su particularidad gracias al trabajo que se tomaba la analizante en transmitir con la mayor limpieza posible su posición. Había que dejar de disfrutar de los exabruptos y denuncias del escatológico personaje.

Una magnífica película, realizada a partir del libro de Jerzy Kosinsky, 'Desde el Jardín', ponía en escena de modo desopilante cómo un jardinero, débil, probable psicótico ordinario, con unas pocas frases sin metáfora alguna y algunas imágenes recibidas de una TV establecía (por la lectura de los otros) un lazo social que, con todo su endeblez, lo llevaba a convertirse en persona de confianza de un magnate de los E.U.A, el cual, próximo a su muerte, le dejaba a cargo a su mujer, y lo presentaba como asesor presidencial para culminar siendo dicho personaje el próximo candidato a presidente. Su aprendizaje por la visión de posturas gimnásticas por TV a fin de abordar a una mujer en el acto sexual es tan memorable como el orgasmo de Sally frente al incrédulo Harry. Nada humorística, desoladora y angustiante fue la presentación de una joven que tuve la oportunidad de comentar en un ateneo. Rechazando por distintos motivos sus referencias paternas y maternas se 'constituía' básicamente por Internet. "Hacer algo (atraer un hombre) de la nada", como ella decía, si bien puede evocar varias mascaradas femeninas; en su caso rozaba con su confesión de que "sólo se informaba; aprendía por videos interactivos y que la mayoría de la cosas las 'superaba' aprendiendo por internet". Un insomnio pertinaz, un malestar insistente con una parte de su cuerpo, una desorientación

vocacional e importantes dificultades de relación, acompañaron su presentación.

que daba acceso a todas sus otras contraseñas. La broma –fallida- que no se hizo esperar era acerca de 'que pasaba si se olvidaba de esa clave'. Por varios-interesantes- motivos me dio a entender que ello no era posible. La aplicación de la paradoja de Russell (la contraseña que albergaba todas las contraseñas ¿debía o no estar incluida dentro de las contraseñas albergadas?) con pretensión de perturbar su armazón lógico de conjuntos de lo que fuera, fue recibida cómo quien escucha llover. Era 'La' clave. Valía por su orden gramatical, por ser la guardiana de cualquier otra contraseña y por ser nombre propio de una mujer en particular aludiendo (en cuanto 'antónimo') a su nombre. Inimitable, singular, preciso, inconfesable aquí. Dando cuenta de gran cantidad de determinaciones, de obsesiones, de inhibiciones y, en cierto modo, del azar (podría imaginarse algo si el nombre hubiese sido 'Fortuna' como antónimo de un nombre como 'Maleficio').

De una consistencia mucho mayor, y habiendo logrado avanzar en cuestiones relevantes de su análisis, este analizante sorprendió y ubicó su posición en la vida a partir del manejo de las palabras claves. Me refiero a sus contraseñas, sus 'passwords'; esa sucesión letras y/o números que cuya secuencia no puede ser alterada en lo más mínimo si se las utiliza para acceder a la información personal de cada uno; sea su correo, sus accesos a redes sociales; a instituciones o servicios. Tratándose de una persona muy ordenada, había distribuido sus contraseñas de modo muy meticuloso, predominando una que evocaba además su espíritu aventurado de (como dice de sí Eduardo Galeano) 'cazador de historias'.

Había otras. Pero, como lo dijo un día, había pergeñado: 'la password de las contraseñas'. Era aquella

El hallazgo, y el tener cierta idea acerca de cómo se precipitaban mis claves, me impulsó a preguntar -cuando daba la ocasión- sobre los passwords de varios. Si bien el hallazgo tan preciso no se reiteró, lo que no cesaba de escribirse era mucho del carácter de quien lo elegía. Sea en términos de dispersión, de rápida fluctuación, sea por apoyarse en su lugar de trabajo, sea por una fijeza inconmovible, sea porque se dejaba inalterado aquél que había sido otorgado por el Servicio de internet cerrando –sólo por elección subjetiva- la posibilidad de ubicar allí unos caracteres propios. En cada caso, eso se escribía, con un automatismo 'preconsciente/inconsciente', cada vez que cada cual quería acceder a sus mundos privados, o a las privaciones de sus mundos.

Octubre del 2011

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