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2024
Argentina

Paula Parabúe

Licenciada en Psicología UNLP y lectora empedernida, no necesariamente en ese orden.

Gigante

Tenía que prestar atención para distinguir la silueta de los árboles, pero casi todo lo que podía ver por la ventanilla del auto era una sugerencia de azul, violeta y negro. Salvo por tranqueras que duraban un segundo antes de desaparecer, y salvo por las estrellas.
Mamá y papá discutían en el asiento delantero pero intenté no seguir el hilo de sus palabras. En cambio registraba las voces como títeres en un teatro de sombras chinas; sombras azules, violetas y negras.
La ruta que nos devolvía a casa estaba vacía y mientras discutían miré por la ventana y se me ocurrió que no hacía falta que haga otra cosa. Pensé que yo estaba en otro lado, como en aquellas sombras negras a lo lejos, quizás un monte de cipreses…
Entonces lo vi, y era inmenso como había leído que eran las montañas, y más terrible que todas las sombras que conozco. Sentado y encorvado, vencido. Un brazo estaba en alza cuando cruzamos miradas,  y la cara se le tallaba en líneas de piedra. Apenas volvió la cabeza para encontrarme y supe que era la criatura más triste que había visto.
Que he visto, todavía.
No más de unos segundos nos miramos, y no pude entenderlo tampoco a él, que me quitó los ojos de encima para seguir el movimiento de su brazo; de su mano que se cerró cansina sobre una estrella, atrapándola. Tuve que girar el cuello para ver los últimos segundos, para llegar a ver como con la misma inevitabilidad que curvaba su espalda, el gigante se llevó el

puño a la boca y comió su captura.
Y grité, grité, grité hasta aturdirme, hasta arderme los ojos. Hasta que frenaron el auto y mamá me abrazó. Pero no pude explicar, ni entonces ni todas las veces posteriores que quisieron o demandaron una respuesta. No pude explicar la terrible tristeza que se me había metido dentro.
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