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2024
Argentina

Raúl Brasca

Raúl Brasca es argentino. Narrador, antólogo, crítico y ensayista, ha publicado los libros de cuentos Las aguas madres (Buenos Aires, 1994) y Últimos juegos (Madrid, 2005); los libros de microficciones Todo tiempo futuro fue peor (Barcelona, 2004; Buenos Aires, 2007) y A buen entendedor (Granada, 2010); las actas La pluma y el bisturí (coeditor, Buenos Aires, 2008) del  “1er Encuentro Nacional de Microficción”; y quince antologías, de las cuales once son de microficciones. Su obra, en español y traducida, fue recogida en antologías, revistas y suplementos literarios de numerosos países de América y Europa. Recibió, entre otros, los premios del Fondo Nacional de las Artes y de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. La Universidad de Carabobo (Venezuela) le confirió la Orden de Alejo Zuloaga y, como microficcionista, fue premiado dos veces por la mítica revista mexicana El Cuento. Ha sido ponente y conferencista en congresos internacionales, dictó clases magistrales, talleres y seminarios en universidades europeas y americanas y es jurado habitual en certámenes literarios internacionales. Desde 2009, organiza y conduce la “Jornada Ferial de Microficción” en la Feria del Libro de Buenos Aires. Su último libro de microficciones es Las gemas del falsario (Granada, 2012).  

MICROS DE RAUL BRASCA

De: Todo tiempo futuro fue peor (Thule Ediciones, Barcelona, 2004 y Sudamericana Mondadori, Buenos Aires, 2007)

AMOR

I

A ella le gusta el amor. A mí no. A mí me gusta ella, incluido, claro está, su gusto por el amor. Yo no le doy amor. Le doy pasión envuelta en palabras, muchas palabras. Ella se engaña, cree que es amor y le gusta; ama al impostor que hay en mí. Yo no la amo y no me engaño con apariencias, no la amo a ella. Lo nuestro es algo muy corriente: dos que perseveran juntos por obra de un sentimiento equívoco y de otro equivocado. Somos felices.

II

            Pretende que yo estoy enamorada del amor y que a él sólo le interesa el sexo. Dejo que lo crea. Cuando su cuerpo me estremece, lo atribuye a sus muchas palabras. Cuando mi cuerpo lo estremece, lo atribuye a su propio ardor.
Pero me ama. Y no lo saco de su engaño porque lo amo. Sé muy bien que seremos felices lo que dure su fe en que no nos amamos.

AMOR ASINTÓTICO

Se vieron y corrieron el uno hacia el otro, pero cada paso que daban les exigía el doble de esfuerzo que el anterior. Sin embargo, el deseo crecía aún más rápido que el esfuerzo y los obligaba a seguir. Exhaustos, se acercaron lo suficiente para verse el color de los ojos; otro poco, y ella advirtió que él tenía dientes muy blancos y perfectos; otro, y él vio un lunar diminuto en la frente de ella; un poco más, y sólo tenían que estirar el cuerpo y tender sus manos para tocarse. Estiraron el cuerpo. Las manos se buscaron, avanzaron penosamente, siguen avanzando, las yemas de los dedos ya sienten la inminencia del roce,  están muy cerca, cada vez más cerca, las marcas del esfuerzo descomunal se graban en las caras mientras el deseo se vuelve intolerable y ellos empujan sus manos hacia el límite infinitamente próximo, absolutamente inalcanzable.

LA PRUEBA

a Marcelo Caruso

            "Sólo cuando sea derribado tendrás a mi hija", había dicho el brujo. El hachero miró el tallo fino del árbol y sonrió con suficiencia. Un primer hachazo, formidable, marcó levemente el tronco. Otro, en el mismo lugar, apenas profundizó la herida. Bien entrada la noche, el hachero cayó exhausto. Descansó hasta el amanecer y hachó toda la jornada siguiente. Así día

tras día. La herida se iba profundizando pero, a la par, el tronco engrosaba. Pasó el tiempo y el árbol se volvió frondoso; la muchacha perdió juventud y belleza.  El hachero, a veces, alzaba los ojos al cielo. No sabía que el brujo conjuraba los vendavales, desviaba los rayos y alejaba las plagas que carcomen la madera. La muchacha encaneció y él seguía hachando. Ya casi no pensaba en ella. Poco a poco, la olvidó del todo. El día en que la muchacha murió no le pareció distinto de los anteriores. Ahora, ya viejo, sigue su pelea contra el tronco descomunal. No se le ocurre otra cosa: el silencio del hacha le produciría terror.

CULPA

            Se privaba prolongadamente de los placeres solitarios porque creía que producían un ruido que, aunque apenas audible en su habitación, era atronador en los otros ambientes de la casa. Pero más que el privarse, lo atormentaba que, cuando se los permitía, su familia fingiera no haber oído nada, gesto compasivo de odiosa dignidad dirigido sin duda a humillarlo y a amargarle la vida.

ÚLTIMA ELECCIÓN

a Juan Sabia

El pez resuelto al suicidio evita veloz la red en la que moriría con

sus compañeros, pasa de largo frente al anzuelo del pescador rutinario que hojea una revista, y traga sin dudar el de un chico que recordará mientras viva los espasmos terribles de su asfixia.

ACROFOBIA

            Cuando algo le infundía horror se obligaba a pensar en ello hasta acostumbrarse. Nada que pertenezca a la rutina, decía, puede asustarnos, y los humanos nos acostumbramos a todo, sin excepción. Con el tiempo y el ejercicio logró un poder evocador y una concentración enormes. Se transportaba literalmente a las situaciones evocadas y volvía curado en tiempo cada vez menor.  La vez que lo estremeció el horror al vacío se transportó mentalmente a una alta cuerda de equilibrista, luego trepó una altísima pared de piedra y después se clavó desde un peñón en un diminuto espejo de agua. Pasó las tres pruebas con la destreza de un virtuoso y volvió de cada una en tiempo récord. Pero no contento con eso quiso arrojarse desde un avión.  Tan alta era la confianza que había alcanzado en sí mismo, que no sintió temor aun cuando el paracaídas no se abrió; y tan absoluta fue su convicción de realidad, que murió apenas tocó el suelo.

HERMANOS

            Cuando la coexistencia se les hizo insostenible, dos

hermanos muy competitivos llegaron a un acuerdo tácito pero inquebrantable: aquello en lo que uno de ellos triunfara quedaría vedado para el otro; eso evitaría toda comparación entre ambos. Más que un alivio, el pacto resultó una condena. En la carrera por apropiarse de los triunfos más gratificantes y las privaciones menos penosas, el que mostró primero ser más inteligente, relegó al otro a la estolidez y los trabajos rudos. Consecuentemente, cuando el bruto aunque apuesto ganó con las mujeres, el intelectual tuvo que inclinarse por los hombres. Pero replicó haciéndose muy rico, con lo que obligó al hermano a equivocarse en los negocios y arruinarse. No previó que tanta miseria haría que su rival deseara morir hasta lograrlo y que con ello le escamotearía el triunfo. Achacoso y cubierto de años, soporta aún la ruina de su cuerpo mientras clama por una muerte prohibida.

NEGACIÓN

Cuando ella se le negaba, él se mostraba comprensivo; cuando ella provocaba a otros hombres, él fingía divertirse; cuando lo engañaba con descaro, miraba hacia otro lado. Finalmente ella se cansó y le pidió el divorcio.

VOLUNTADES

No pude evitar que el proceso que me había impuesto se interrumpiera. Mi cuerpo fue el responsable; quiero decir, el

vértigo de mi materia viva. Mis ojos recogían la luz pero no formaban imágenes, mis oídos estaban sordos, mi lengua insensible, pero todas mis células vacilaban al borde del abismo que se acababa de abrir y mis fluidos se arremolinaban resistiéndose a caer en ese pozo.  Hubo algo de mi materia  que no supe dominar, algo que obligó al cerebro a desobederme(se) y a poner todo de nuevo en funcionamiento.  Había querido morir de puro voluntarioso y el cuerpo se me(le) negó de puro voluntarioso.  Al menos aprendí que hay una voluntad de la mente y otra del cuerpo y que ésta última puede más.  Cuando ambas coinciden, va todo bien pero cuando, por ejemplo,  la del cuerpo quiere la muerte y la otra no, suceden esas tragedias tan conmovedoras en las que siempre un espíritu noble y lleno de vida lucha  infructuosamente contra un sino fatal que etc, etc.

De: Las gemas del falsario (Cuadernos del vigía, Granada, 2012)

AHAB Y LA BALLENA BLANCA

La ballena blanca era un animal resentido por su alba peculiaridad que la segregaba de sus congéneres y la condenaba a deambular sola y rabiosa por los océanos. Algo muy similar le pasaba a Ahab. Pudieron haberse comprendido, pero prefirieron odiarse el uno al otro para distraerse del odio a sí mismos que ambos se profesaban. 

SUPERYÓ

Iba por la mitad de la cuadra cuando me vi venir doblando la esquina. Sin duda yo venía por mí y mi cara me acusaba. Como siempre que me pasa esto, tuve miedo de mí mismo.  También como siempre, no logré pasarme de largo ni hacerme rebotar. Irreparablemente, me metí en mí y me declaré culpable. 

HOMBRE QUE PIENSA

Pienso en las migraciones. La magnificencia  de una bandada inmensa de pájaros que de golpe levanta vuelo para recorrer medio planeta, el intimidante abandonar la caverna de millones de murciélagos en busca de temperaturas más benignas, la monumental traslación de las ballenas que cruzan el océano para reproducirse, la entereza de los grandes pueblos que atraviesan el desierto para alcanzar una ribera.
Pienso, más precisamente,  en la multitudinaria compañía que vence a la soledad: en el ruido de muchas alas, en la tibieza de cuerpos que se abrigan, en la alegría de ir todos en la misma dirección.
Porque quiero poder siempre seguir a la manada, no ser nunca un ave vieja que sucumbirá al invierno, ni un murciélago al sol que desespera, ni una ballena en la arena  mientras el agua  se aleja, ni un hombre triste que ha perdido el paso y mira impotente cómo se le va el mundo.

LLAVE

            Fue triste cuando mi padre, sin que ya se lo pidiera,  me dio la llave de la casa. Yo era casi un adulto y él me la dio como quien pide permiso para envejecer.

VÍNCULO INDISOLUBLE

Una mujer que no quiere a un hombre. Un hombre que no soporta que la mujer no lo quiera y la asedia.  La mujer que cultiva atentamente la mayor indiferencia hacia el hombre. El hombre que, estratégicamente, deja de asediarla. La mujer que advierte su necesidad de que el hombre la asedie y lo provoca. El hombre que vuelve a la carga satisfecho. El hombre y la mujer que por una vez coinciden y se eligen. Como rivales. Para toda la vida.

LA INMACULADA

            Amaba a la Virgen y a Leandro. La Virgen estaba enterada porque ella  se lo decía a diario en sus oraciones. Leandro, no. Un pertinaz e insuperable pudor le había impedido a ella enviarle el menor indicio.  Ni sospechaba Leandro la ardiente intimidad que los unía por las noches  ni la promesa de fidelidad a la que se había obligado en la afiebrada mente de la mujer.  Ignorante de lo que provocaba, se enamoró de Cristina, quien en vísperas del matrimonio rodó inexplicablemente escaleras abajo en una fiesta y quedó

cuadripléjica. Tampoco se casó con Adela, ciega después de que una mascarita le arrojara ácido en la cara una noche de carnaval. Ni con María, que se electrocutó sin testigos una tarde en el templo vacío. Semejantes desgracias lo obsesionaron tanto que, temeroso,  prefirió la soltería. Su ignorada amante, satisfecha por lo que interpretó como lealtad, le perdonó los devaneos con “ésas”,  y lo siguió amando en soledad toda la vida. A él y a la Virgen. La Virgen era virgen y comprendía.
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