En los escritos consagrados a la técnica, Freud presenta determinadas reglas técnicas en términos de consejos advirtiendo que ellos no pretenden ser incondicionalmente obligatorios. En énfasis está puesto en lo que fundamenta a esos instrumentos y no en ellos por si mismos. Es que interrogarse por la sesión analítica significa bucear en los principios de una práctica, lejos de aplicar una receta. No hay manuales de uso ya que cada sesión responde al momento de la cura en la que se inscribe y depende de la lógica que la anima: transferencia, interpretación, conclusión, comienzo y fin de análisis. Así, una sesión analítica no es un ritual ni se define por su ceremonia, cada caso se presenta en su novedad, de ahí la afirmación de Freud de atenderlo como si un hubiese existido otros similares.
Cuando Lacan es expulsado de la IPA porque sus sesiones breves no seguían los clásicos cincuenta minutos de sus colegas fue en tanto esa brevedad se sostenía en una ética y no en una mera cuestión técnica. El psicoanálisis lacaniano resguarda al principio de cualquier equiparación con una técnica y que el retorno a Freud, propulsado por Lacan, hace prevalecer a los principios en tanto ahonda en los fundamentos del psicoanálisis. Pero el cometido no se circunscribe a una proclama, deberíamos ante todo interrogarnos, el estándar no se da solo en la IPA ya que también afecta a nuestra comunidad. La sesión breve puede muy bien estar estandardizada, formando parte de un hábito mecánico que lejos de articularse con la sorpresa se asocie con lo previsible.
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Es que si la técnica olvida el principio en el que se funda, deviene necesariamente estereotipo vacío, cliché. Lacan fue rechazado porque sus ideas conmovían los estándar y elucidó los principios de la cura para hablar del origen de su poder para así situar una ética que abrevara en esos principios, articulando así en el término “principio” sus dos acepciones: como pilar de una teoría y como fundamento ético.
En una oportunidad, fui invitada a intervenir en un debate en APA cuyo tema versaba sobre el trauma y las crisis, enfocados desde las coordenadas de la época. Una analista de dicha institución reivindicaba la sesión de 50 minutos en tiempos -decía-en los que la prisa hace de nuestra vida un zapping. El comentario encerraba una crítica explícita a los lacanianos que según ella iban al unísono de la época no ofreciendo, en este sentido ninguna resistencia. El yuppie moderno encontraría en nuestro movimiento terreno fértil donde asentarse.
Pero no es el mayor tiempo cronológico el que introduce un corte ni el que da lugar a la pretendida demora, allí donde todo parece apuntar al vértigo. Es la interpretación la que quiebra la incansable sucesión inscribiéndose como sorpresa, es decir como momento no homogéneo, como acontecimiento imprevisto, hiato fecundo. Miller nos dice que el analista extrae la palabra del tiempo que pasa, convirtiéndolo en saber inscripto, escritura. Nada más alejado de esa velocidad que anula los intervalos, impidiendo los anclajes de la escritura. Tiempo suficiente más que técnica de sesión breve, tiempo suficiente para que el decir no quede olvidado en el dicho.
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Por ello cuando Lacan comenzó a implementar las sesiones breves, Lemoine, entonces su analizante le preguntó por el motivo y la respuesta fue: “hacer la sesión más sólida”
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