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2024

Ana María Shua

Ailurofobia, miedo a los gatos

Alejandro Magno, Julio César, Genghis Khan, Napoleón y Hitler le tenían miedo a los gatos. Podríamos haber utilizado ese temor para controlarlos y evitar masacres, pero no valía la pena. No nos incomodan las guerras entre humanos, que suelen incrementar la población de ratas y ratones. Los sobrevivientes se vuelven más afectuosos con nosotros y algunos eligen incorporar a su hogar a más de un ejemplar de nuestra raza. Además, los gatos somos un poco así, distraídos, soberbios y perezosos: no nos gusta condescender a mezclarnos en los asuntos de nuestros tristes esclavos.

Alimentar a las tropas

Propone el Mariscal Conde de Sajonia, para el buen orden, ahorro y salud de las tropas, hacerlas comer en rancho. "En cada Centuria debería haber un Vivandero con cuatro carros tirados de una yunta de bueyes cada uno, una gran marmita para hacer la sopa a toda la Centuria y que se diese a cada soldado en una hortera su porción al mediodía en sopa con cocido y a la tarde en asado." dice una traducción de época. "En las marchas forzadas se distribuirán ganados a las tropas y los soldados podrán hacer asadores de palo y asar la carne. Los turcos usan este método y son bien mantenidos de manera que después de las batallas se distinguen sus cadáveres de con los alemanes, que están flacos". Así concluye el mariscal,
mirando con admiración y con envidia a los muertos del ejército enemigo, en excelente estado nutricional.

Balada de Snorri Gunnarson

Snorri Gunnarson ha caído en la batalla pero no está muerto. Snorri Gunnarson tiene un esguince de tobillo. Snorri Gunnarson ha decidido no levantarse. Montadas en lobos gigantes llegan las valquirias. Vienen a buscar a los guerreros que han muerto heroicamente en la lucha, para conducirlos al Salón de Banquetes del Valhalla. Allí permanecerán hasta el fin de los tiempos, hasta el momento de pelear a favor de Odin en la batalla final. Las valquirias son siete, son diosas, son bellas, despenan con el beso de la muerte a los guerreros que agonizan. La jefa de las valquirias avanza hacia Snorri Gunnarson con wagneriana majestad. Snorri Gunnarson la ve acercarse, aterrado. A Snorri Gunnarson el premio no le interesa. Snorri Gunnarson imagina el Salón de Banquetes del Valhalla, imagina el malestar que provoca la borrachera de hidromiel, el olor a grasa de jabalí y a sudor alcohólico, las bromas brutales, las mentirosas jactancias de los héroes, siempre las mismas hasta el fin de los tiempos. Snorri Gunnarson no desea estar en el Salón de Banquetes del Valhalla. Snorri Gunnarson tiene mujer y tiene hijos. No es un guerrero heroico. Snorri Gunnarson quiere volver a su casa, a disfrutar de su breve tiempo humano. En lugar de besarlo, la valquiria lo escupe con desprecio infinito. Snorri Gunnarson
respira aliviado, respira feliz, respira. Y el aire que aspira y vuelve a exhalar con sus pulmones temblorosos le produce el placer más grande que sentirá el todo el resto de su larga, larga vida.

La guerra era terrible

¿Cómo era la guerra en Europa, abuelo? preguntan los nietos. La guerra era terrible, dice el abuelo. Era en Europa porque no era en ningún país. Cambiaban las fronteras. Sin salir de la aldea, a veces estábamos en Rusia, a veces en Alemania o en Polonia. No había qué comer: papas todos los días. Con cáscara, a las brasas. Para comprar el pan, mamá tenía que cruzar una frontera internacional. Vendían un solo pan por persona. Ella volvía dando pasitos cortos, con el pan escondido debajo de la pollera, entre las piernas, para que no se lo requisaran en el cruce de vuelta. La guerra era terrible pero yo era joven, piensa el abuelo y no lo dice, mirando a sus nietos con amor, con odio, con envidia. Esa guerra gané, esta guerra terrible estoy perdiendo.

El guerrero perfecto

En el siglo XII el rey Federico II de Prusia intentó descubrir, a traves de un experimento científico, el idioma natural de los seres humanos, el lenguaje adánico previo a la abominación de la Torre de Babel. Reunió un grupo de bebés abandonados y los hizo criar por mujeres que los atendían, los alimentaban, los vestían y los higienizaban en el más riguroso silencio. Para evitar, además, todo contacto emocional que pudiera convertirse en un lenguaje de señas, las cuidadoras tenían prohibido acunarlos o levantarlos en brazos. De acuerdo a la hipótesis del monarca, al llegar a la edad del habla, los niños se comunicarían en hebreo. Sin embargo, privados de toda demostración de afecto (incluso fingida), los bebés murieron a las pocas semanas. Algunos historiadores suponen que el experimento de Federico fue un intento de crear el guerrero perfecto, una máquina de asesinar incapaz de compasión o empatía. El fracaso de su experiencia comprobó que en el ser humano el odio, el deseo de destrucción, el sadismo, la intención de matar, nunca podrían existir y desarrollarse sin amor.
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