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2024

Graciela Piperno

Licenciada en Psicología, U.B.A., 1991. Periodista, egresada del Círculo de La Prensa, 1983. Psicodramatista (UBA 1994). Docente de psicodrama, grupalismo, psicopatología escénica y creatividad. Coordinadora de grupos  y psicóloga clínica desde 1991 hasta a fecha. Escritora,  participante de numerosos colectivos de especialistas en la serie “Psicoterapias”, de Escenas de los Pueblos y autora de “Terapia Escénica, hacia la Revolución Afectiva”, de Ricardo Vergara Ediciones, Bs. As., 2013. Fundadora  de Grupo Ananké, Artes y Psicoterapias en 1995. Directora de la primera Escuela de Terapia Escénica desde 2003 hasta la fecha, con sedes en Haedo, CABA y Rosario.  Docente de seminarios de la especialidad en Córdoba y Gualeguaychú, entre otros. Creadora de la Personaje-Giro Terapia y de numerosos bio-recursos para la formación de terapeutas.
Ahora, trabaja en Terapia Escénica y psicodramática individual y grupal y en la formación de psicodramatistas por zoom y videoconferencia.
E-mail: grupoananke.terapia@gmail.com
Móvil 054 11 6335 9271.
Instagram: @gracielapiperno.

Nunca dejes inmóvil a una psicodramatista

No me identifico con los rótulos de “psicoanalista” o “representante de la cultura”, de modo que me siento como una  extranjera que visita estos territorios por primera vez. Y, por cierto, estoy muy agradecida y honrada por la invitación.
Soy terapeuta escénica. Eso quiere decir que, teniendo el oficio de psicodramatista desde hace mucho tiempo y, como acostumbra a suceder con los que nos inclinamos por esta corriente, fui necesitando construir, poco a poco, mi propia línea de trabajo, mis propias herramientas teóricas, técnicas e ideológicas para el abordaje del padecimiento humano.
   Las razones son simples: Las disponibles hasta el momento de inaugurar mi Escuela de Terapia Escénica, en el año 2003, no me resultaban suficientes. No digo que no fueran útiles, sólo que no me alcanzaban.  Siempre sostengo que la ciencia debe moverse tan rápido como los acontecimientos sociales van irrumpiendo. No me parece adecuado pretender que  las personas  de los diversos tiempos se adapten forzadamente  a nuestras herramientas sino, creo, debemos aspirar  nosotros, los terapeutas, a poder crear constantemente, según la escena social lo requiera.
Ahora, por ejemplo, el acontecimiento “pandemia” en su encuentro con el acontecimiento “cuarentena” remite,  en el imaginario de casi todo el mundo,  a representaciones de peste y encierro: afuera el peligro, adentro, el ahogo.
El impacto tremendo del trauma, nos colocó a todos en tal escena de captura que literalmente, el planeta se detuvo. En lo personal, por dos o tres semanas, ninguna línea de fuga aparecía en mi cabeza. El personaje que venía a mi mente, en cambio -y a pesar de mí- era Nostradamus con sus famosas profecías apocalípticas. Y confieso que no dejé de preguntarme: ¿Será este el fin? Los médicos infectólogos insistían en salvarnos la vida, pero muchas veces condenando a nuestro ser. Los psicólogos excluidos prácticamente de la salud pública. Los pacientes, aterrorizados.
Veía en las redes sociales a mis colegas ofreciendo sus servicios on line y pensaba que era imposible que yo me sintiera cómoda en ese medio: Sin escenarios, sin cuerpos en contacto, sin proximidades físicas, ni psicológicas, con la mediatización de las pantallas…raro.
¿Zoom para dar clases? ¡Pero si mi mayor orgullo durante casi treinta años  ha sido el de transformar a las figuras conceptuales en herramientas vivenciales! ¿Dónde quedarían la catarsis de acción, el insight dramático y el valor de la experiencia?  Pre-juicios que brotaban de mi resistencia al cambio.
Mientras un personaje que me habita -claramente apoyado en el Homero Simpson que todos llevamos dentro- se dedicaba fervientemente a la consolidación de todos estos “inobjetables argumentos” para permanecer en modo pausa, otra parte de mi ser tocó la camarita del whatsapp por primera vez y empezó a trabajar, no sólo con sus pacientes habituales sino también con
otros nuevos, remotos, lejanos en cuanto a la distancia geográfica de sus casas a mi consultorio, pero que pronto se hicieron cercanos en todos los sentidos posibles de la palabra. Devinieron cercanos aunque estuviéramos cercados por la tecnología, el wi fi y las pantallas.
Y algo nacía.  Y algo nos re-vitalizaba .Había vida allí.  Y la creatividad encontraba su canal para seguir fluyendo. Y la sangre también.
Fue en este escenario en el que cobró forma mi nueva metáfora terapéutica o, como una psicopedagoga querida lo denominó en otro momento, mi nuevo “bio-concepto.” En el mundo de la Personaje-giro Terapia 1 , propuse llamarle   “Capitán Claro”.
Este juego dramático, según pude comprobar en pocas semanas, le permitía al paciente agenciarse de una representación simbólica trasparente y poderosa a  la vez, cargada de facetas y llena de sincronicidades estéticas con todo lo  significativo de tener  en cuenta en una situación de crisis no precisamente breve como ésta, incierta, con millones de matices oscuros, confusos, enfermantes.

1 Se denomina así al procedimiento psicodramático propio de la Terapia Escénica que consiste en la sugerencia estética que hace el grupo de una línea de fuga  puntual para la escena detenida en la que estamos focalizando. Esa propuesta toma la forma   de un personaje de la cultura que se nos  presenta como  el mejor  representante simbólico que podamos  encontrar para ese  rasgo específico que, según los espectadores afectados por la escena, le está haciendo falta al protagonista para expandir su elenco interior y liberarse de aquello que lo captura.
¿Qué mejor que la imagen de un barco para escaparse de lo siniestro de las estadísticas fatales, de los tutoriales para fabricar barbijos caseros  que lograsen impedir que la muerte se nos meta por  la boca o por los ojos  y de la hecatombe económica inminente?
Daniel había vacacionado en el exterior con su novia en los primeros días de marzo. Era su tercer viaje  después de una trabajosa y constante lucha para ir superando el miedo a volar que, en algún momento de su vida, se le convirtió en una seguidilla de ataques de pánico. Al volver, “se guardó” como corresponde en cuarentena, por más de catorce días, con tal “mala suerte” digamos,  que una faringitis se le fue instalando al día diez y, a partir de ahí, su cabeza estalló de terror al peor de los desenlaces. Yo intuía de que no era “la peste” y  que, en caso de serlo, a su edad y con su físico más que entrenado por el fútbol, lo superaría sin mayores problemas. Sin embargo, su fragilidad psíquica me preocupaba bastante. 
Hablamos de su sistema inmunológico, más precisamente de la psiconeuroendocrinoinmunología, y de mil cosas más para que comprendiera que, más que estar haciendo dos mil doscientas interconsultas médicas al mismo tiempo,  tenía que tratar de calmarse. Y nada. Por ese lado, por lo “cognitivo-conductual” no íbamos a ninguna parte: el poderoso señor miedo seguía apoderándose del escenario.
Fue entonces cuando surgió la simbolización, la metáfora, la poética, con su sencillez y elocuencia, con su poderosa mano salvadora. Para rescatarnos de la impotencia, para ayudarnos –a los ambos, vale aclarar- a salir del pantano.
Mira Daniel –improvisé un buen día-. Visualicemos esto: Tu cuerpo es el Barco, tu mente es el Capitán, con toda la  responsabilidad de llevar la  nave adelante con arte y con oficio;  las emociones son la Tripulación, que se desbandan siempre que detectan que el líder flaquea; y afuera está la Tormenta, ¿Qué tiene que hacer el capitán? ¿Quién está buscando a la tormenta ahora? ¿Qué miembro de la tripulación se está apoderando del timón en esto que decís, te das cuenta…? Mis intervenciones encontraban así cada vez más resonancias
Daniel estaba varado en su océano existencial desde hacía muchos meses, sin rumbo vocacional claro, con demasiados conflictos acerca de la vida excesivamente estable que venía llevando, un tanto aburrido y desmotivado. Apelé a lo que llamo el Devenir Héroe, un concepto existencialista que asocio a un protagonismo menos “de mirar el ombligo propio” y más idealista a nivel  social. Y también a la convicción de que resulta fundamental en tiempos de crisis aguda, como bien sostenía Víktor Frankl en el “Hombre en busca de destino,”  tener un puerto de llegada claramente definido, para no caer en un remolino al navegar  a la deriva. Estas dos ideas fueron mis faros. Tanto mi paciente como yo, afortunadamente, compartíamos la creencia de que cuando el capitán tiene intensa pasión por un destino y logra trasmitirlo a su  tripulación con  entusiasmo, el barco, inexorablemente, acompaña.
   A través de este juego, que bien podría ubicarse técnicamente como un procedimiento  de psicodrama interno, Daniel salió adelante, y continúa el tratamiento con sus temas de siempre,
más allá de la focalización que fue necesaria en los tiempos de crisis. En el paradigma psicoterapéutico con el que me manejo cuando lo urgente entra en escena, nos obliga a intervenciones focalizadas específicas, se  deja obligadamente a lo importante como un telón de fondo que debe esperar para más adelante, hasta que se apacigüen  las aguas.
Mientras seguimos en cuarentena, continúo con mis propias navegaciones, pensando más que nunca en lo psicosomático en su entramado con  lo existencial.  Por momentos también me desvío por otros mares y me indigno con  la terrible manipulación  de la subjetividad que veo y oigo en estos días en  los medios masivos de comunicación. Enferman, descarada e impunemente. ¡Un comité de ética allí, por favor!
Cada tanto, incluso, sigo reflexionando en las otras pandemias, tales como la lógica binaria o la modernidad líquida, de las que no nos podrá salvar una vacuna creada en laboratorio sino, espero -con esperanza plena- sólo el tomar registro del daño incalculable que suelen acarrear.
    Son dos batallas en las que vengo militando hace tiempo y que se re- significaron en este período de encierro. En relación al binarismo, me ocupo siempre que puedo de  transmitir que necesitamos asumir nuestra multiplicidad de facetas, y dejar atrás lo primitivo, el infantil conflicto de opuestos que sólo le sirve al poder para alimentar sus provechosas guerras. Con respecto a la otra, a la liquidez afectiva, insisto en tomar conciencia de la necesidad de lazos afectivos sólidos, consistentes y comprometidos –no efímeros y fugaces-  porque
no estamos todos en el mismo barco pero sí en los mismos océanos, lo que equivale a asumir que lo que nos unirá, inexorablemente, será la oscuridad de las tempestades. Y, por supuesto, no es para nada aconsejable encontrarse sólo en medio de ellas o, como diría Mario Benedetti,  “En caso de vida o muerte, conviene siempre estar con el más prójimo.”
Desde la Terapia Escénica, pensamos en el valor de construir  solidariamente, preferentemente mediante el dispositivo grupal, puntos de giro existenciales, para expandir la potencialidad de las personas.  Expansión del elenco interior, le llamamos, porque no siempre necesitamos el mismo mascarón de proa. Debemos pensar en el apropiado para cada mar, para cada océano o mejor aún, para cada tormenta. No es el mismo navegar con una suave y agradable brisa de compañera, por ejemplo, que en medio de un violento remolino de confusión y  angustia.
Cuantas más maniobras sea capaz de realizar el capitán, cuánto más inteligentemente lidere a su tripulación y cuanto mejor conozca a cada pieza de su barco, más probabilidades existirán de llegar a buen puerto. Y cómo dice esa vieja frase de la cultura popular, más vigente que nunca para los psicólogos de ésta, la era de la pandemia, si el plan falla, el capitán debe tener  “rápida cintura” para tirar la hoja de ruta prevista por la borda y “cambiar el plan, pero no la meta”.

Buen viaje para todos, y que salgamos a flote.
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